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lunes, 14 de septiembre de 2009

De todos los días

Piedras





¡Plam!
Mi hermano irrumpe en la cocina como un toro enojado y busca a los chicos (ese día estaban en casa).
-¿¡Quién está tirando piedras con la honda!?
-¿¡A dónde están los boludos que tiran piedras!?
Los tres, subidos a un altillo pegado al asador, casi en silencio, asomaron sus ojos asustados. Ni qué decir la cara de miedo-cagazo que tenían. Que bajensé, que son pelotudos ustedes, que vino el vecino a quejarse que lo estaban bombardeando como en Vietnam, que cómo van a hacer eso. Todo con voz de trueno. Me parece que hizo efecto.
Después surgió la idea de que fueran a la casa del vecino a disculparse. ¡Para qué!. Les agarró un terror tan cómico, tan sincero. No querían terminar la merienda para no ir. Pero tuvieron que ir. Uno se escondía detrás de las piernas de mi vieja; el otro se tapaba los ojos con las manos y así pedía disculpas; el más grande tartamudeaba. Todo un circo.
Siempre quedará la duda si aprendieron la lección. Lo que nos queda a nosotros, "los grandes", es la experiencia de compartir con ellos sus travesuras, que más que eso, a veces son un verdadero regalo.


¿Y la radiografía? Esa es otra historia.


domingo, 19 de julio de 2009

De todos los días

El Patio







Alguna vez en este patio se festejó un casamiento; alguna vez también una despedida de soltero; porque la noche vestida de gala, aunque humilde, también tiene cabida en él.
Con algún diente ausente, pero con esa sonrisa feliz, casi de niño, mi padre bailó con mi madre, tomándola entre sus manos como si fuera una pequeña mariposa blanca, haciéndola girar con el vals que sonaba milagroso en el viejo equipo. El piso de tierra parecía de mármol y el cielo de marzo hizo brillar las estrellas como nuca se había visto. Esa noche festiva quedó guardada para siempre en el alma del patio.







Años después, las mismas noches de marzo habrían de arrullar el sufrimiento de mi padre.
Sentado, pues acostado ya casi no podía respirar, colocaba un almohadón en la mesa y así conciliaba un brevísimo sueño de hombre resignado, bajo el oscuro ramaje de los árboles, que dolidos, dejaban caer sus lágrimas de silencio.
Esa tristeza también quedó guardada en el alma del patio.
Cuando murió me quedó en la memoria la frase que alguien dijo: "Ha caído un quebracho".
Al llegar la navidad, festejada como todas en ese mismo patio, no pude aguantar los recuerdos y mi llanto rodó para quedar en el suelo, como una tinta de pena.



Hacé click en las fotos para ampliarlas.