sábado, 27 de junio de 2009

Famatina Mon Amour


Enter al Gordo



El frío puro de la mañana hizo de banderazo de partida mientras los pequeños cerros a la salida de Chilecito custodian, acaso para decir: ¡Volvé, que queda vino en la jarra! Es divertido; sólo les faltan los pañuelos, son chiquitos de verdad.
Después la tierra va creciendo a lo largo y a lo alto y la ruta, que siempre es un hilo, hace un tajo entre dos mundos. Al este, un valle casi plano y extenso que termina en la otra sierra (recuerdo fogatas a lo lejos y el humo redondo como queso, apenas suspendido en el aire). Y al oeste los cerros hijos de sus mayores que se esconden más atrás. La verdad es que la ruta nos lleva como si fuéramos montados en ella porque está buena. Veinte kilómetros más adelante tomamos el desvío a la izquierda, cruzamos un puente y luego rodeamos un cerro y a poco de surcar el nuevo camino nos encontramos con plantaciones de nogales y algunos pequeños parrales que nos indican la cercanía de nuestro destino. Y ese mismo olor lechoso de la mañana que a veces se mezcla con el de la leñita quemada. ¡Qué lindo!
Un bulevar prometedor nos recibió al entrar a la pequeña localidad; luego doblamos a la izquierda y tomamos una calle que pareciera que termina entre las piernas de las montañas madres y unas cuadras adelante llegamos a la central, en donde teníamos que realizar algunas tareas. En verdad el trabajo fue un estorbo porque nuestro ritmo de vida choca con esa burbuja de paz del lugar.
Quiero contar otra cosa, eso que siento cada vez que llego a uno de los que yo llamo "shangrilas" argentinos.
Lo más notorio y lo que siempre se percibe en estos lugares, es esa rutina del pueblo que se despereza como un perro de pueblo: una rutina larga, que da tiempo para mirar al sol, para rascarse y acicalarse, para suspirar porque sí nomás, para saludar al que quiera recibir un saludo (en un pueblo son todos), para reconocerse y reconocer al mundo, aunque sea él mismo o aparente serlo. El aire tan bueno te deja ver todo como si fuera una lupa para lo bello. El cielo es tan cielo que, como dijera el cumpa Luis, parece que lo tenés ahí nomás, te subís a una escalera y podés tocarlo. Lo he visto de noche en otros "shangrilas" y sé de qué habla.
Y ese color de la tierra que se sube por las paredes de adobe y llega a los techos bajos y flequilludos y que invita a la modorra sentado sobre un banco chueco, o a rumbear a la mansa penumbra con la china tomada de la mano para regalarse aunque más no sea el aliento cimarrón.
Pero lo bueno dura sólo el día de las ofertas y después hay que dirse, dejpacio nomáh, como perro que lo ha echao, casi asustado sabiendo que va a pasar mucho tiempo antes de algún posible regreso.
A la salida del pueblo nos pusimos tristes y se nos ocurrió pensar qué fabuloso sería tener una máquina teletransportadora y que con sólo teclear F-A-M-A-T-I-N-A y ENTER, apareciéramos ahí para, no sé digamos, tomar unos mates con... pan casero y queso de cabra...mmmmmmm, con ese sol, esa tarde, esa tranquilidad, ese paisaje. Mierda, nos dio pena tener tan poco tiempo.
Pero la luz se encendió y se nos ocurrió deducir qué pasaría si la máquina susodicha tuviera que transportar a nuestro compañero, “El Gordo”, y un mini guión salió de nuestras bocas.
- ¡Enciendan el 2º generador! ¡No podemos teletransportar su cabeza! ¡Máxima potencia! ¡Máxima potencia! (luces rojas en los tableros; sirenas en los pasillos; operarios corriendo)- y nosotros explotando en una sola carcajada mientras imaginamos un inmenso abdomen con piernas semimaterializado en el paisaje. O al revés; semejante masa encefálica flotando sola sobre una vaca sorprendida que sólo atina a emitir un ¿Mu?
Reímos hasta ahogarnos.
Así, con el sol de la tarde aún sin ocultarse tras la majestuosa espalda mineral del mundo, hicimos el regreso sobre el suave colchón de nostalgias por lo que se deja, al que agregamos el somnier de nuestro humor. El sueño llegó después de la cena, con el cansancio del día y el buen vino riojano y antes de apagar la luz y dormirme, murmuré complacido...Famatina Mon Amour...

PD: Si regresamos por Cuesta de Miranda el viaje ya no me pertenece. Si lo hacemos por Cueva del Chacho, me quedo en Los Colorados.



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