sábado, 12 de septiembre de 2009

Cuentos


Serpiente Gris



¿Cuántos pasos?. Había perdido la cuenta sin siquiera notarlo. Atrás, peligrosamente atrás, quedaron las tiendas y el olor del fuego y los caballos inquietos bufando en grupo. Pero debía hacerlo pues esa era la severa ley que su padre le había transmitido la noche previa, cuando los hombres de la tribu decidieron que el momento había llegado. Era tiempo de que buscara su nombre.

Caminaba por un sendero que apenas se discernía en la hierba; a sus espaldas llevaba dos bultos, uno con la reserva de agua necesaria para su misión; el otro más pequeño, conteniendo lo que su padre le había dado a instancias del chamán: su posible salvación. Su andar nervioso del principio fue desapareciendo y dio lugar a una tranquila alerta y sus sentidos expandidos comenzaron a disfrutar del viaje de una forma desconocida hasta entonces. Se sentía mucho más libre, casi como el águila que en esos momentos sobrevolaba las colinas cercanas.
Se detuvo en seco cuando sus oídos percibieron un ruido suave en los arbustos altos y aferró el hacha de piedra que pendía de su cintura pero recordó que sólo debería usarla cuando su vida estuviera en peligro cierto. Vio un brazo y luego otro y para su alivio cayó en cuenta de que eran mujeres que retornaban a la aldea desde ese lugar secreto que ningún hombre podía hollar pues allí realizaban ellas la limpieza íntima de sus cuerpos y los ritos propios de los periodos de menstruación. Las cruzó en la senda mas todo fue silencio, no hubo miradas ni palabras. Él ni siquiera volvió la vista luego de dejarlas atrás y se reconcentró nuevamente en lo que tenía por delante. Caminó y caminó hasta que el sol subió al medio cielo.
Tiempo ha que su padre le contara, siendo aún niño, que cuando llegara a ser un joven fuerte y decidido, debería enfrentar el rito de las dos lunas, llamado así porque tenía lugar en época en que las lluvias eran escasas y el cielo se mostraba constelado casi todas las noches. Todo comenzaba con la luna negra y todo terminaba con la luna blanca en medio de una gran celebración en agradecimiento al Espíritu. En esas jornadas los hombres jóvenes debían buscar su identidad para enfrentar sus días posteriores como adultos de la comunidad.
Comenzó a sentir hambre. Se apartó un trecho de la senda, hasta un árbol pequeño y cortó los diminutos frutos color rojo sangre arracimados en abundancia. Detuvo la tarea y se quedó mirando fijamente al árbol. Nada sucedió. Cortó algunos frutos más y volvió al camino no sin antes agradecer el alimento. Se sentó entonces sobre una roca y comenzó a disfrutar de esa frugal comida y mientras lo hacía, una ardilla se acercó casi hasta su lado y con sus manitos hizo ademanes de querer tomar una de las drupas pero temerosa, no se atrevía. De repente los ojos del animalito se quedaron fijos en los suyos, él sintió un cosquilleo extraño en el estómago y no atinó a moverse, lo que fue aprovechado por el roedor que veloz, tomó uno de los frutos y huyó blandiendo su pomposa cola como un escudo para la fuga. Él volvió en sí, bebió unos sorbos de agua, se puso en pie y continuó caminando. El águila había desaparecido.


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