domingo, 13 de septiembre de 2009

Cuentos

Del arte de crear


¡Ah, fue una tarea gratificante, pero probadamente laboriosa!.
Tenía ciertas ideas, claro está, aunque me dejé llevar por el instinto casi desde el inicio. Y no creas que es el modo más simple de hacerlo. No, no. Todo lo contrario. Te lo digo yo que de las cosas del azar conozco bastante.
Por ese entonces, y te estoy hablando de unos cuantos años atrás, tenía dentro mío una turbulencia que me llamaba poderosamente la atención. Por supuesto que sabía qué era, pero a nivel de mi arte, las cosas se saben por lo que no se sabe. Te suena extraño, ¿no?. Bien, bien; a su debido momento lo entenderás. O mejor debería decir “lo sentirás”.
Lo cierto es que esta inquietud fue estremeciendo mi lado femenino y creo que por esa causa esta obra de arte en particular se relaciona con la mujer. Y digo, empujó mi costado sutil hasta que hube de ceder, porque, tenga en cuenta todo aquel que se precie de artista o artesano, que es casi un deber abandonarse, sucumbir a su obra por más objetivos que sean los resultados.
El único plan que seguí, fue procurarme ciertas substancias aún no descubiertas por ser alguno. Y ese también es un secreto que te develo puesto que, llegado el caso de que tú te conviertas en creador, deberás siempre sazonar tu obra con algo de misterio. Suena romántico pero no lo es. El misterio tiene un sentido práctico muy poderoso que todavía está por revelarse.
Y de allí en más, puse todos los elementos en uno de mis laboratorios predilectos -la gente le ha dado muchos nombres aunque creo que el mejor de todos es “atelier”- y me di a la tarea de observar, que no debe ser dada a menoscabo alguno porque tú bien sabes que el observar es una de las actividades primarias de toda creación. Contemplé pues una maravillosa generación.
Un torbellino oscuro que de a poco iba ganando brillo, se fragmentaba en capas que se adivinaban de una tersura sin igual. Al principio pensé que se trataba de una estrella, pues su luz y su color primigenios eran tales que mis ubicuos ojos no hallaban modo de definir su silueta. Mas cuando ésta fue cuajando, aprecié mejor sus líneas voluptuosas. Un enjambre central se predestinaba rodeado de carnosos labios que me sugirieron el sexo de una hembra. O mejor sea dicho un sexo dentro de otro sexo y éste a su vez dentro de otro y otro, en caprichosa distribución, como es mi esencia y rezumando todo un primoroso aroma. Me dije que esta concepción era, por antonomasia, la belleza manifestada y reflexioné que por causa de ello, sería presa de la codicia. Busqué dentro de mí y hallé al fin un recurso. Ciertas agudas defensas colocadas en armoniosa distribución sirvieron a mi cometido y así liberé mi nueva obra en medio del atelier, para que creciera en mi complacencia.


¿Y qué nombre le puso, Maestro?.


Rosa.


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