domingo, 13 de septiembre de 2009

Cuentos

El pupilo


Dicen que don Sosa entró y lo miró al flaco con cara de incrédulo. Bueno, es de imaginar que semejante apariencia no inspirara nada relacionado con alguna aptitud para el boxeo y menos para una mayor fama del gimnasio que el viejo regenteaba.
El tipo, de unos treinta y tantos años, era más que delgado, casi huesudo a juzgar por sus menudos brazos y sólo cuando se calzó los pantalones cortos, se pudo examinar con total desconcierto lo que su enjuto cuerpo insinuaba. Sin contar la crecida barba y la melena de mártir medieval, el fulano era lampiño total desde el cuello hasta los pies y su piel era clara, como la de esos judíos rusos que vinieron escapando de la guerra. El porte endeble, el pecho hundido y las piernas tan raquíticas hacían pensar que el sujeto estaba loco si quería convertirse en boxeador. Y eso sin contar la edad.
Pero el viejo lo tomó.
- Atate el pelo muchacho - le ordenó don Sosa antes de que subiera al ring.
Dicen que el flaco lo miró de un modo tan fijo, tan profundo, que el viejo casi se come el resto del cigarrillo que le colgaba de los labios.  El hombre terminó subiendo con el pelo suelto y con un andar cansino que más bien recordaba a un peregrino que hubiera dado dos vueltas al mundo, mientras, al lado del cuadrilátero, don Sosa se preguntaba perplejo si había hecho lo correcto al enrolar al individuo. Dicen que sospechó que iban a suceder cosas malas.
Al primero que lo puso fue a Ramoncito, el  veterano sparring del club; ese al que el viejo lo quería como a su hijo. El flaco se paró y dejó la guardia baja, esperando a que Ramoncito tomara el centro del ring. Entonces el sparring se le vino encima, rápido como un zarpazo. De seguro el viejo le había dicho que lo gastara de entrada al flaco, para que se le fueran ahí nomás sus ínfulas de boxeador. Dicen que el hombre levantó la guardia y recibió tres crosses alternados del sparring pero o bien sabía pararse o tenía de verdad una fortaleza física oculta. Lo cierto es que esos golpes apenas lo movieron. Y ahí nomás arremetió el flaco. Empezó con un toque de izquierda corto al rostro de Ramoncito que, confiado en divertirse con el novato, no se había puesto el protector. Fue tan rápido y potente que el sparring quedó medio  noqueado. El flaco aprovechó y le mandó una estocada al bazo con el puño derecho y después un cross de izquierda fulminante a la mandíbula. Y ahí terminó Ramoncito.
El flaco se agachó, le levantó la cabeza como pudo con esos guantes, le dijo unas palabras que nadie escuchó excepto el sparring y dejó que el médico del gimnasio lo socorriera...


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