lunes, 14 de septiembre de 2009

De todos los días

Piedras





¡Plam!
Mi hermano irrumpe en la cocina como un toro enojado y busca a los chicos (ese día estaban en casa).
-¿¡Quién está tirando piedras con la honda!?
-¿¡A dónde están los boludos que tiran piedras!?
Los tres, subidos a un altillo pegado al asador, casi en silencio, asomaron sus ojos asustados. Ni qué decir la cara de miedo-cagazo que tenían. Que bajensé, que son pelotudos ustedes, que vino el vecino a quejarse que lo estaban bombardeando como en Vietnam, que cómo van a hacer eso. Todo con voz de trueno. Me parece que hizo efecto.
Después surgió la idea de que fueran a la casa del vecino a disculparse. ¡Para qué!. Les agarró un terror tan cómico, tan sincero. No querían terminar la merienda para no ir. Pero tuvieron que ir. Uno se escondía detrás de las piernas de mi vieja; el otro se tapaba los ojos con las manos y así pedía disculpas; el más grande tartamudeaba. Todo un circo.
Siempre quedará la duda si aprendieron la lección. Lo que nos queda a nosotros, "los grandes", es la experiencia de compartir con ellos sus travesuras, que más que eso, a veces son un verdadero regalo.


¿Y la radiografía? Esa es otra historia.


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